lunes, 14 de julio de 2008

Si azul es el misterio más profundo, azules son las almas.



En lo negro de la noche nació el fuego.
Del fuego se desprendió una llama,
que alejada por el viento formó el sol.
El sol lo iluminó todo, creando el cielo.
El cielo, cuando la primera noche, pensó que el sol ya no volvería y temblando de miedo en la oscuridad lloró, y así se formaron las aguas.
Cielo azul sobre nosotros.
Antes y hoy. Desarmándose.
Cayendo sobre nuestras cabezas, y volviéndose a armar.
Va a estar hasta el último de nuestros días. Y también después.
Somos parte suya.
En él estamos.
De allí venimos.
Es el pañuelo para nuestras lágrimas, y hacia él miramos cuando es demasiada la alegría.

Cielo azul infinito.

El que está preso, sin rejas desea volver a verte; por eso el descanso tiene ruta, mar, montañas, pero sobre todo, cielo.
Las ciudades son violentos hormigueros repletos de humo y rascacielos, en el fondo de sus arterias oscuras
los hombres se aplastan unos a otros, y no se reconocen, a pesar de verse millones de veces repetidos.
Pero cuando el celeste deja verse un poco, el pecho ya comienza a crecer, y el hombre a reencontrarse consigo mismo.

Botes bailando un valsecito muy lento entre las nubes.
Morada preferida de los Dioses y de los Muertos.

Lienzo de la Luna, oscura base rítmica que elige notas graves para que brille mejor la voz de las estrellas.
Profundo misterio.

Los más grandes hombres y los más pequeños, los de todas las épocas, todos los animales del África, todas las cabras del Asia, los dinosaurios y los mosquitos han mirado el mismo cielo.
Si los jefes de la tribu hubieran dedicado más de una noche a observarte,
algunas más que aquellas en que te confesaron en un ruego sus ambiciones, seguro que hoy la noche habría sido más clara.

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