Se me ocurre que cuando fontanarrosa llegó al cielo, lo esperaba una hermosa habitación en un tremendo hotel, más o menos parecido en lujos al que se imaginan los dos amigos de “el mundo ha vivido equivocado”.
Como en todo hotel, se debe haber encontrado con las toallas impecables dobladas sobre el espectacular acolchado de plumas, siempre blanco, excepcionalmente azul y amarillo (él se merecía el detalle, a pesar de que un celeste pirata hubiese aportado aún más belleza a la impresionante habitación).
La cosa es que me lo imagino al tipo este de barba no muy contundente mirar la escena con resignación optimista, acercarse a la mesa de luz y encontrar, apoyado sobre el velador, un sobre blanco con el siguiente texto escrito en lapicera: “Sr. Roberto Fontanarrosa. Pte” .
La escena continuaría con la cara de asombro del rosarino, ya con el sobre en la mano y la espalda en los almohadones, pero con los pies afuera de la cama para no manchar el acolchado.
Al abrir el sobre, me comenta mi imaginación, habrá descubierto una tarjeta blanca, bastante pobre en diseño, con una doble impresión que a primera vista suena a error para todo recién llegado. Sería algo así como:
Dios.
Dios.
(Más tarde el ángel diseñador explicaría en una mesa de café, que no es nada fácil hacer una tarjeta personal cuando el cargo en la empresa es igual al nombre del tipo.)
Tras el asombro incial, fontanarrosa encontraría una agradable sorpresa al dorso del cartón. Con una letra casi de doctor, también en lapicera, la leyenda “vale por el mejor lugar del cielo, para ver como si estuviese en platea, todo partido que se le ocurra. Los que quiera” y la firma de Dios, que por cierto era muy parecida a la de Diego Maradona.
Impresa en la parte inferior del dorso, cerraba la tarjeta el texto “personal e instranferible”.
Chocho, fontanarrosa.
Como en todo hotel, se debe haber encontrado con las toallas impecables dobladas sobre el espectacular acolchado de plumas, siempre blanco, excepcionalmente azul y amarillo (él se merecía el detalle, a pesar de que un celeste pirata hubiese aportado aún más belleza a la impresionante habitación).
La cosa es que me lo imagino al tipo este de barba no muy contundente mirar la escena con resignación optimista, acercarse a la mesa de luz y encontrar, apoyado sobre el velador, un sobre blanco con el siguiente texto escrito en lapicera: “Sr. Roberto Fontanarrosa. Pte” .
La escena continuaría con la cara de asombro del rosarino, ya con el sobre en la mano y la espalda en los almohadones, pero con los pies afuera de la cama para no manchar el acolchado.
Al abrir el sobre, me comenta mi imaginación, habrá descubierto una tarjeta blanca, bastante pobre en diseño, con una doble impresión que a primera vista suena a error para todo recién llegado. Sería algo así como:
Dios.
Dios.
(Más tarde el ángel diseñador explicaría en una mesa de café, que no es nada fácil hacer una tarjeta personal cuando el cargo en la empresa es igual al nombre del tipo.)
Tras el asombro incial, fontanarrosa encontraría una agradable sorpresa al dorso del cartón. Con una letra casi de doctor, también en lapicera, la leyenda “vale por el mejor lugar del cielo, para ver como si estuviese en platea, todo partido que se le ocurra. Los que quiera” y la firma de Dios, que por cierto era muy parecida a la de Diego Maradona.
Impresa en la parte inferior del dorso, cerraba la tarjeta el texto “personal e instranferible”.
Chocho, fontanarrosa.
Aliviado por saber que no extrañaría a los canallas y gustoso del obsequio, se sintió realmente bienvenido.
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Anoche volvió.
Volvió el soccer de los jueves.
Y, como el mendigo del docke, soy feliz.
Lo ¿organizó? Diego David Enco y mal que me pese a mi, que soy su principal detractor, sirvió muchísimo. Ya está. Fue como el primer beso, que fuese a la edad que fuese, siempre parecía demasiado demorado. Uno veía que por ahí algún amigo besaba y te producía una mixta y egoísta sensación de decepción y ansiedad.
Yo me besé por primera vez recién a los 12 años, en una americana, con una chica bonita que por entonces era mi novia. Mirá si iba a besar por primera vez con una desconocida, justamente yo.
Bueno, la cosa es que anoche pasó algo que yo esperaba con decepción y ansiedad, como el primer beso: Jugamos al fulbo con los chicos. Y ahora no me incumbe que venga cualquier compañero de trabajo y me diga “bueno… yo en realidad me junto todos los lunes, viste? Porque somos re amigos y siempre jugamos”.
Qué me importa a mi, si yo juego de nuevo los jueves, con mis amigos de toda la vida.
Gil. Me moría de envidia, es cierto. De culpa por haber abandonado. De tristeza por haber perdido la cancha de jota a jota. Pero ahora ya está.
Algo tan simple como jugar al fútbol y comer asado todas las semanas, para mí es un hecho de vital importancia, de incalculable valor, de inexplicable alegría.
Anecdótico será el resultado, el barro, las canaletas, los alambres terroristas, el goleador de la noche y la parte gruesa del matambre. Anécdotas. En ellas está está la magia para nosotros, los buscadores de historias mínimas.
Volvimos.
Y creanme que, para mi, no es poca cosa.
Mucho menos, con la certeza de haber tenido a fontanarrosa mirando nuestro partido desde atrás del arco, en una semana de copa libertadores y grandes encuentros de champions league.
Nos entendemos, canalla. Sólo vos podrías entender la importancia de este partido, y que los jugadores más valiosos del mundo no juegan en old trafford, ni en el bernabeu.
Volvió el soccer de los jueves.
Y, como el mendigo del docke, soy feliz.
Lo ¿organizó? Diego David Enco y mal que me pese a mi, que soy su principal detractor, sirvió muchísimo. Ya está. Fue como el primer beso, que fuese a la edad que fuese, siempre parecía demasiado demorado. Uno veía que por ahí algún amigo besaba y te producía una mixta y egoísta sensación de decepción y ansiedad.
Yo me besé por primera vez recién a los 12 años, en una americana, con una chica bonita que por entonces era mi novia. Mirá si iba a besar por primera vez con una desconocida, justamente yo.
Bueno, la cosa es que anoche pasó algo que yo esperaba con decepción y ansiedad, como el primer beso: Jugamos al fulbo con los chicos. Y ahora no me incumbe que venga cualquier compañero de trabajo y me diga “bueno… yo en realidad me junto todos los lunes, viste? Porque somos re amigos y siempre jugamos”.
Qué me importa a mi, si yo juego de nuevo los jueves, con mis amigos de toda la vida.
Gil. Me moría de envidia, es cierto. De culpa por haber abandonado. De tristeza por haber perdido la cancha de jota a jota. Pero ahora ya está.
Algo tan simple como jugar al fútbol y comer asado todas las semanas, para mí es un hecho de vital importancia, de incalculable valor, de inexplicable alegría.
Anecdótico será el resultado, el barro, las canaletas, los alambres terroristas, el goleador de la noche y la parte gruesa del matambre. Anécdotas. En ellas está está la magia para nosotros, los buscadores de historias mínimas.
Volvimos.
Y creanme que, para mi, no es poca cosa.
Mucho menos, con la certeza de haber tenido a fontanarrosa mirando nuestro partido desde atrás del arco, en una semana de copa libertadores y grandes encuentros de champions league.
Nos entendemos, canalla. Sólo vos podrías entender la importancia de este partido, y que los jugadores más valiosos del mundo no juegan en old trafford, ni en el bernabeu.
1 comentario:
Se sabe entre los radioescuchas que el fulbo no me mueve un pelo, pero como fiel miembro y admirador de la troupe de Buscadores de Historias Mínimas festejo con el vaso en alto la vuelta y me pongo de pie, si se me permite, para aplaudir la notable historia del Negro. Salú.
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